Una interminable hilera de helicópteros rusos en línea recta escupen fuego al suelo en una cadena de bombas que lo arrasa todo a su paso. El marido de Iryna graba la escena con el móvil desde el balcón de su piso y maldice en ucraniano. Las explosiones y el avance de los tanques hacia Kiev, donde residen, les obliga a esconderse en un búnker subterráneo para sobrevivir. «Estamos muy asustados, aterrorizados», insiste la mujer, que atiende el teléfono desde el sótano en el que conviven con decenas de personas desde hace tres días. No sabe decir cuántas son. Junto a ella se encuentran su marido y sus hijos pequeños, con llantos y lágrimas de desesperación por lo que está ocurriendo apenas unos metros más arriba y que les impide volver a la superficie. «Es peligroso salir a la calle porque puedes morir», advierte la ucraniana.
Por lo que ha podido ver desde su ventana, el ejército ruso avanza en su ataque sin discriminar entre soldados o civiles. «Les da igual quién esté delante, sean mujeres, hombres o niños», relata. Iryna no quería hablar con los medios. Decidió dar el paso al lamentarse, tres días después del inicio de la invasión a Ucrania, que ningún aliado salió a apoyar militarmente a su país. «No quería dar entrevistas por miedo, pero el mundo tiene que saber lo que está pasando. Necesitamos ayuda, esperamos tenerla. Que envíen tropas ya, quien sea. Ahora ya no es el momento de hablar, hay que actuar», urge. «Ucrania está sola y las sanciones europeas no ayudan. Necesitamos medidas más fuertes para parar a [Vladimir] Putin», añade.
Ya es el tercer día bajo tierra. Volver a casa, en estos momentos, «es imposible». Además de refugios como el que ocupa esta familia, por Kiev hay cientos de personas en estaciones de metro que esperan bajo tierra a que cese la ofensiva rusa. «Todo el tiempo escuchas bombas», resopla Iryna. En su búnker ya no queda agua ni comida. Algunas personas salen a la superficie a por provisiones. Lo hacen yendo a supermercados o arriesgándose a subir a sus casas. También faltan fármacos. «Nos enviamos mensajes. Si alguien necesita algo que lo traiga; si se necesitan medicinas, las intercambiamos», cuenta la mujer en inglés.