Desde que lanzó su invasión a gran escala de Ucrania, Rusia ha llevado a cabo una intensa campaña de amenazas nucleares con el propósito de obtener una ventaja estratégica. El objetivo del Kremlin no solo es el de disuadir a Occidente de interferir directamente en sus intentos de conquistar Ucrania, sino también limitar el apoyo político, económico y militar al país.
La estrategia rusa ha dado sus frutos. La OTAN no solo se ha abstenido de una intervención directa, como el establecimiento de una zona de exclusión aérea, sino que las naciones occidentales han evitado formas de asistencia militar para Ucrania, que estarían dentro de sus derechos como terceras partes en un conflicto. Por ejemplo, Polonia y Estados Unidos acordaron en marzo de 2022 no entregar aviones de combate polacos Mig-29 a Kiev. Los aliados, por lo tanto, parecen haberse contenido por temor a una confrontación directa con Rusia que acabe en una escalada nuclear.
En contraste, la Unión Soviética suministró aviones de combate en grandes cantidades a Corea del Norte y Vietnam cuando cada país se encontraba en pleno conflicto con Estados Unidos, así como a Egipto y Siria cuando estaban en guerra con Israel. Nada de esto desencadenó una escalada nuclear o amenazas de Washington en respuesta. Eslovaquia ahora planea donar sus Mig-29 a Ucrania y ese apoyo no hará que la OTAN caiga en una tercera guerra mundial. Esto era cierto en marzo y seguirá siendo cierto en un futuro.
La Administración Biden ha restringido a 80 km el rango de las municiones que proporciona a Ucrania con el lanzacohetes múltiple M-142 HIMARS, reteniendo aquellas que cuentan con mayor alcance. La Casa Blanca también exigió a Kiev que evite ataques contra objetivos en territorio ruso, a pesar de que las instalaciones que apoyan el esfuerzo de guerra serían objetivos militares legítimos, según las convenciones de La Haya y Ginebra.
Después de que el secretario de Defensa Lloyd Austin declarara el 24 de abril que Rusia debe ser debilitada hasta el punto de que no pueda intimidar a sus vecinos, el presidente Joe Biden escribió en el ‘New York Times’ que Estados Unidos no usaría la guerra para infligir más daño a Rusia del necesario para detener la invasión. Esto provocó una especulación generalizada sobre si los objetivos de guerra de la Casa Blanca diferían de los departamentos de Estado y Defensa.
El miedo a la escalada nuclear es aún más evidente en algunas capitales de Europa Occidental que en Washington. El canciller alemán Olaf Scholz declaró en abril que “no debe haber una guerra nuclear” como defensa de su reticencia a suministrar armas pesadas a Ucrania. Con este propósito, determinó que Alemania solo entregaría cierto material —tanques de combate y vehículos de infantería— a sus aliados de Europa del Este para que estos, a su vez, pudieran proporcionar su propio armamento de la era soviética a Ucrania. A nivel militar, estos acuerdos de intercambio no tienen sentido alguno, ya que solo retrasan la asistencia a Ucrania y le proporcionan material de peor calidad.
El presidente francés, Emmanuel Macron, declaró más adelante que era «casi» política de la OTAN el no suministrar ciertos sistemas de armas a Ucrania, dando a entender que otros gobiernos de Europa Occidental compartían el punto de vista de Berlín. Pero esta es una manera incoherente de afrontar el desafío. Un obús moderno Panzerhaubitze 2000, del tipo que Alemania ahora está suministrando a Ucrania, es mucho más letal que un tanque de batalla principal Leopard 1 de la década de 1970. El primero tiene un alcance mucho mayor que el segundo, lo que potencialmente le permite atacar objetivos en Rusia. No obstante, Berlín no proporcionará el Leopard 1 a las fuerzas ucranianas porque está clasificado como una clase particular de armamento pesado. Tales restricciones arbitrarias no pueden provenir de consejos militares o de cálculos independientes de riesgo-beneficio. Más bien, parecen haber venido de las amenazas del presidente ruso, Vladímir Putin, de responder si Occidente suministra a Ucrania cierto equipamiento militar.
Los ataques nucleares contra un país de la OTAN comenzarían una escalada que Rusia no podría controlar
Los actuales esfuerzos occidentales para suministrar armas pesadas a Ucrania son suficientes para mantenerla en la lucha, pero no permitirán que el país recupere su territorio y derrote al Ejército ruso. En privado, políticos y funcionarios de varios países europeos confiesan creer que Rusia podría usar armas nucleares si se enfrentara a la posibilidad de una derrota en Ucrania. Es concebible que este temor sea el principal freno a su apoyo a Kiev.
Sin embargo, estos temores son injustificados. La guerra nuclear contra Ucrania no tiene sentido. Un solo ataque nuclear no alteraría el equilibrio militar en la invasión, solo el uso de múltiples armas de este tipo lo haría, algo que infligiría un daño enorme y duradero a Rusia. Los ataques nucleares contra un país de la OTAN comenzarían una escalada que Rusia no podría controlar. Y el Ejército ruso no podría responder a ninguna otra contingencia, porque estaría empantanado en Ucrania. Rusia solo podría responder a las represalias por un ataque nuclear con una mayor escalada nuclear, lo que sería suicida. Ciertamente, Putin no está preocupado por la moral o la ética, pero está lejos de ser un loco o un suicida.
Uno siempre podría haber anticipado que Putin usaría el miedo nuclear para influir en la posición de Occidente. Sin embargo, el éxito de su plan resulta sorprendente. Esta es la primera vez que un Estado usa esta estrategia para participar en un conflicto colonial o una guerra de expansión. Francia nunca insinuó que podría llegar a usar armas nucleares contra los países que apoyaran a los nacionalistas argelinos o al Viet Minh. Reino Unido tampoco amenazó a Argentina de esta manera durante la guerra de las Malvinas. La Unión Soviética no recurrió a esta retórica durante su campaña en Afganistán. EEUU nunca mencionó este tipo de armas a lo largo de las guerras de Vietnam, Irak o Corea. Ninguno de los diplomáticos que negociaron el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), ya sean occidentales, soviéticos o no alineados, pareció considerar que un estado usaría estas amenazas para expandirse al territorio de un estado no nuclear.
Las amenazas de Putin alterarán fundamentalmente los cálculos de costo-beneficio de la no proliferación en muchos países. Por ejemplo, Irán, que está desarrollando lentamente la capacidad de producir armas nucleares, ahora tiene un pretexto para repensar sus compromisos.
Mientras tanto, el enfoque excesivamente cauteloso de las naciones occidentales hacia la asistencia militar preocupará a los estados que han tratado de fortalecer sus lazos políticos y económicos con ellos a cambio de seguridad. Suecia y Finlandia van camino de unirse rápidamente a la OTAN, una alianza nuclear, pero muchos otros países no pueden hacer lo mismo. Ahora saben que el mundo fuera de los pactos formales de defensa será brutal y cínico. Los estados europeos no nucleares, algunos de los cuales abandonaron sus programas de desarrollo de este tipo de armamento en la década de 1970 y se unieron al TNP de buena fe, no han enfatizado lo suficiente este punto al pedir a países como Argentina y Sudáfrica que aíslen a Rusia. Necesitan explicarles a ellos, y a los votantes en casa, por qué un mundo en el que las grandes potencias construyen imperios bajo la sombra de la bomba atómica será aún más peligroso que uno en el que Rusia pierda su guerra contra Ucrania.